Vivir en Nueva York ha sido una experiencia de contrastes. Por un lado, la ciudad ofrece innumerables oportunidades para el crecimiento personal y profesional. Por otro lado, la misma ciudad puede ser un lugar solitario y desconectado. La naturaleza rápida y enfocada en uno mismo de la vida urbana ha hecho que me vuelva más antisocial, priorizando la independencia y la autosuficiencia sobre las interacciones sociales.
Esta experiencia me ha enseñado a encontrar un equilibrio entre la soledad y la socialización, buscando momentos de conexión genuina cuando es posible, pero también apreciando el valor del tiempo a solas. Nueva York, con toda su grandeza y desafío, me ha moldeado de maneras complejas, enseñándome a navegar la soledad en medio del bullicio y a encontrar mi propio camino en una ciudad que nunca deja de moverse.